Las últimas semanas estuve en contacto con las experiencias de varias periodistas que han sufrido durísimas represiones por sus reportajes en sus países. Un documental acerca de Maria Reesa de Filipinas que dirige el medio Rappler; entrevsitas a Rana Ayyub y Neha Dixit, dos reporteras en la India; y la experiencia de Patrícia Campos Mello, una periodista de Folha de Sao Paulo en Brasil, en su magnífico libro A maquína do odio.
Todas las periodistas cuentan la forma en que Internet es usado para ejecutar linchamientos digitales en contra de ellas. Los mecanismos suelen ser masivos, duramente ofensivos, de contenido sexual, plagados de amenazas de violación y muerte contra ellas y sus familiares, y suelen ser ejecutados de manera abierta por los presidentes de sus países que al ridiculizarlas y hacer eco de las ofensas dan permiso e invitan a influencers que apoyan al oficialismo y miles de cuentas falsas y legítimas a violentar, ofender y amenazar de todas las formas posibles en espacios digitales a estas periodistas.
El fenómeno es diferenciado en el caso de las mujeres. Los periodistas también son violentados pero los argumentos usados son diferentes y la virulencia suele ser menor. En el caso de las mujeres, los ataques son claramente misóginos. En general, los comentarios hacen referencia al cuerpo o al aspecto de los periodistas, apuntan a las relaciones familiares o personales y cuestionan su rigor intelectual y sus credenciales profesionales. En todos los casos mencionados hay material gráfico e incluso audiovisual sexual trucado que se viraliza asegurando que se trata de ellas. Incluso se publica sus números de teléfono en páginas porno masivas para que clientes las contacten buscando servicios sexuales.
Un estudio de la International Women’s Media Foundation y TrollBusters muestra que en 2019 alrededor del 63% de las periodistas a nivel global han sido amenazadas o acosadas en línea. Entre las periodistas que trabajan en Estados Unidos y que han sufrido ataques en línea, el 78% sostiene que la cuestión del género fue un factor determinante para convertirlas en objetivo. Conozco en Bolivia a varias periodistas que también han sufrido este tipo de linchamientos digitales.
En época de desinformación y de disputa hegemónica de narrativas, las y los periodistas se ponen más en el centro del conflicto y en la mira de ataques violentos. Las periodistas son blanco más fácil por las estructuras machistas que caracterizan a nuestra sociedades. Esta es una situación que requiere una atención global y local pronta e integral. Una Ley de protección de datos personales podrían dar un marco de mayores garantías también en estos casos y ser parte de una solución.